¡Hola a tod@s!
Primero desearos un feliz 2015 y como primera entrada del año he pensado en hacer algo diferente y en vez de hacer una crítica de algún libro o informaros sobre curiosidades editoriales, os pondré el prólogo de mi primera novela publicada La profecía del mundo Oyrun (Magos Oscuros), una novela de género Fantástico/Romántico.
PRÓLOGO
Era
de noche, mi padre conducía por una oscura carretera mientras mi
madre bajaba el volumen de la radio para que pudiera dormirme; se
volvió para vigilarme un segundo y sonrió, con una de aquellas
sonrisas dulces y cariñosas que solo una madre puede ofrecer a una
hija. Le devolví la sonrisa y miré por la ventana, observando la
estela de árboles borrosos que pasábamos a casi setenta kilómetros
por hora, sorteando el asfalto serpenteado de la carretera.
Me
incorporé un poco para observar el barranco profundo que teníamos
en el lateral, pero el cinturón de seguridad tiró de mí
impidiéndome ver cuán profundo era. De todas formas, la oscuridad
de la noche no me hubiese permitido calcular la distancia exacta.
Todo era negro y tenebroso.
Volví
a acomodarme en mi asiento y cerré los ojos para que el sueño me
venciera.
–¡Hijo
de puta! –Escuché que maldecía mi padre, algo extraño en él
pues jamás decía una palabrota delante de mí y en caso que lo
hiciese, mi madre le regañaba e incluso le daba un cachete en el
brazo para que rectificara.
Abrí
los ojos en el mismo momento que mi padre daba un volantazo rápido y
unos faros cegadores se nos venían encima.
Escuché
a mi madre gritar.
El
cinturón se pegó en mi pecho con un gesto bruto y seco.
–¡Mama!
¡Mama! –La llamé asustada.
El
coche impactó contra las luces cegadoras, colisionando lateralmente
toda la parte izquierda del vehículo. La fricción entre nuestro
coche y la furgoneta que se nos vino encima fue ensordecedora; el
metal contra el metal me recordó al aullido de un animal herido. Los
cristales salieron despedidos como una erupción descontrolada
provocando finos y profundos cortes por todo mi cuerpo.
Quise
llorar pero no tenía tiempo ni para pensar en cómo llevar a cabo
esa acción.
Hubo
un momento que creí que volábamos y mi cuerpo flotó durante un par
de segundos hasta que nuestro coche volvió a tocar el suelo de forma
paralela y se deslizó impactando contra un poste de madera. En ese
momento, escuché a mi padre gemir un breve segundo, quizá menos.
Fue un último aliento a aquella noche maldita, mientras el coche se
debatía entre la estabilidad de la carretera y el vacío del
barranco.
La
gravedad venció y empezamos a caer dando tumbos sin control.
Desorientada,
asustada y con un sabor incesante a sangre en mi boca, me agarré con
todas mis fuerzas al cinturón mientras mis gritos eran ahogados por
el ruido metálico del coche al partirse, retorcerse y abrazarme de
forma dolorosa y macabra.
El
dolor de un relámpago en mi pierna derecha hizo que gritara con
todas mis fuerzas y luego una sensación de ahogo empezó a oprimirme
el pecho.
La
montaña rusa finalizó, dejando nuestro coche en una posición
relativamente normal.
–Ayla
–escuché la voz débil de mi madre justo antes que cerrase los
ojos.
Una
luz se abrió paso ante mí, era asombrosamente blanca y pura, pero
por lo contrario no cegaba mis ojos y provocaba cierta atracción
para querer seguirla. Había escuchado hablar de ella, se suponía
que era lo que una persona ve cuando muere, pero no estaba muy segura
de si debía acercarme o por el contrario alejarme de ella para
continuar con vida. El caso es que algo me incitaba a continuar
adelante para saber qué se escondía detrás de aquella luz. Mis
pasos resonaban, con eco, como si me encontrase en una gran sala sin
muebles.
Una
figura me esperaba al final de aquella luz y empezó a avanzar hacia
mí. Una chica, increíblemente bella y hermosa, se plantó delante
de mí, interponiéndose entre la luz y obligándome a retroceder
hacia la oscuridad que tenía a mi espalda. Era alta, de cabellos
dorados con tirabuzones y largos hasta pasados los hombros; sus ojos
eran de un azul mezclado con un tono morado, dando dos colores a una
mirada única y expresiva. Aunque lo que más me llamó la atención
fueron sus orejas que eran picudas, finas y bonitas.
Sonrió,
transmitiéndome una oleada de dulzura y ternura, mientras continuaba
avanzando hacia mí para que me alejara de la luz.
–No
es tu hora, Ayla –su voz era angelical, como campanillas
repiqueteando de forma alegre –. Vuelve, tu misión aún está por
hacer.
–¿Eres
un ángel? –Le pregunté.
Rio
con soltura, se detuvo y me miró atentamente.
–Escucha
–me habló seria –, debes vivir, ser fuerte y esperar a que
llegue el momento.
–¿Qué
momento?
–Todavía
eres pequeña para explicarte nada más, solo que tu vida es más
importante que cualquier otra. Deberás enfrentarte a tu destino,
salvar Oyrun y ser una guerrera como nadie ha sido.
–No
lo entiendo –miré hacia los lados buscando a mis padres –.
Ángel, ¿sabes dónde están mis padres?
Pude
ver la pena en sus ojos.
–Les
cuidaremos y serán felices donde se encuentran ahora –volvió a
avanzar hacia mí, con los brazos extendidos para que retrocediera
aún más y noté que el suelo se acababa. Me volví levemente
resistiéndome a continuar; un barranco negro, un agujero, era todo
lo que quedaba a mi espalda.
–Pero...
–me balanceé intentando no caer, pero ella puso dos dedos en mi
frente y con un mínimo esfuerzo me echó al vacío y todo se
desvaneció...
Abrí
los ojos.
El
cuerpo me dolía como si me hubiese pisoteado un elefante. Voces y
ruido a mi alrededor hicieron que me espabilase levemente. Un ruido
metálico, como de una sierra, zumbaba en mis oídos.
–El
varón ha muerto en el acto –escuché que decía alguien.
Una
luz iba y venía.
–Pequeña,
¿cómo te llamas? –Me preguntó otra voz que quiso sonar amable.
–Ay...
Ayla –le respondí.
–¿Cuántos
años tienes?
–Diez
–gemí de dolor al notar como se liberaba mi pierna del amasijo de
hierros; quise moverme, pero entonces me percaté que tenía el
cuello inmovilizado.
Oscuridad.
El
sonido de una ambulancia hizo que abriera los ojos otra vez.
–¿Mamá?
–La llamé –, ¿mamá?
No
respondió.
Oscuridad.
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¡Saludos!