domingo, 4 de enero de 2015

Prólogo La profecía del mundo Oyrun (Magos Oscuros)

¡Hola a tod@s!
Primero desearos un feliz 2015 y como primera entrada del año he pensado en hacer algo diferente y en vez de hacer una crítica de algún libro o informaros sobre curiosidades editoriales, os pondré el prólogo de mi primera novela publicada La profecía del mundo Oyrun (Magos Oscuros), una novela de género Fantástico/Romántico.

PRÓLOGO


Era de noche, mi padre conducía por una oscura carretera mientras mi madre bajaba el volumen de la radio para que pudiera dormirme; se volvió para vigilarme un segundo y sonrió, con una de aquellas sonrisas dulces y cariñosas que solo una madre puede ofrecer a una hija. Le devolví la sonrisa y miré por la ventana, observando la estela de árboles borrosos que pasábamos a casi setenta kilómetros por hora, sorteando el asfalto serpenteado de la carretera.
Me incorporé un poco para observar el barranco profundo que teníamos en el lateral, pero el cinturón de seguridad tiró de mí impidiéndome ver cuán profundo era. De todas formas, la oscuridad de la noche no me hubiese permitido calcular la distancia exacta. Todo era negro y tenebroso.
Volví a acomodarme en mi asiento y cerré los ojos para que el sueño me venciera.
¡Hijo de puta! –Escuché que maldecía mi padre, algo extraño en él pues jamás decía una palabrota delante de mí y en caso que lo hiciese, mi madre le regañaba e incluso le daba un cachete en el brazo para que rectificara.
Abrí los ojos en el mismo momento que mi padre daba un volantazo rápido y unos faros cegadores se nos venían encima.
Escuché a mi madre gritar.
El cinturón se pegó en mi pecho con un gesto bruto y seco.
¡Mama! ¡Mama! –La llamé asustada.
El coche impactó contra las luces cegadoras, colisionando lateralmente toda la parte izquierda del vehículo. La fricción entre nuestro coche y la furgoneta que se nos vino encima fue ensordecedora; el metal contra el metal me recordó al aullido de un animal herido. Los cristales salieron despedidos como una erupción descontrolada provocando finos y profundos cortes por todo mi cuerpo.
Quise llorar pero no tenía tiempo ni para pensar en cómo llevar a cabo esa acción.
Hubo un momento que creí que volábamos y mi cuerpo flotó durante un par de segundos hasta que nuestro coche volvió a tocar el suelo de forma paralela y se deslizó impactando contra un poste de madera. En ese momento, escuché a mi padre gemir un breve segundo, quizá menos. Fue un último aliento a aquella noche maldita, mientras el coche se debatía entre la estabilidad de la carretera y el vacío del barranco.
La gravedad venció y empezamos a caer dando tumbos sin control.
Desorientada, asustada y con un sabor incesante a sangre en mi boca, me agarré con todas mis fuerzas al cinturón mientras mis gritos eran ahogados por el ruido metálico del coche al partirse, retorcerse y abrazarme de forma dolorosa y macabra.
El dolor de un relámpago en mi pierna derecha hizo que gritara con todas mis fuerzas y luego una sensación de ahogo empezó a oprimirme el pecho.
La montaña rusa finalizó, dejando nuestro coche en una posición relativamente normal.
Ayla –escuché la voz débil de mi madre justo antes que cerrase los ojos.


Una luz se abrió paso ante mí, era asombrosamente blanca y pura, pero por lo contrario no cegaba mis ojos y provocaba cierta atracción para querer seguirla. Había escuchado hablar de ella, se suponía que era lo que una persona ve cuando muere, pero no estaba muy segura de si debía acercarme o por el contrario alejarme de ella para continuar con vida. El caso es que algo me incitaba a continuar adelante para saber qué se escondía detrás de aquella luz. Mis pasos resonaban, con eco, como si me encontrase en una gran sala sin muebles.
Una figura me esperaba al final de aquella luz y empezó a avanzar hacia mí. Una chica, increíblemente bella y hermosa, se plantó delante de mí, interponiéndose entre la luz y obligándome a retroceder hacia la oscuridad que tenía a mi espalda. Era alta, de cabellos dorados con tirabuzones y largos hasta pasados los hombros; sus ojos eran de un azul mezclado con un tono morado, dando dos colores a una mirada única y expresiva. Aunque lo que más me llamó la atención fueron sus orejas que eran picudas, finas y bonitas.
Sonrió, transmitiéndome una oleada de dulzura y ternura, mientras continuaba avanzando hacia mí para que me alejara de la luz.
No es tu hora, Ayla –su voz era angelical, como campanillas repiqueteando de forma alegre –. Vuelve, tu misión aún está por hacer.
¿Eres un ángel? –Le pregunté.
Rio con soltura, se detuvo y me miró atentamente.
Escucha –me habló seria –, debes vivir, ser fuerte y esperar a que llegue el momento.
¿Qué momento?
Todavía eres pequeña para explicarte nada más, solo que tu vida es más importante que cualquier otra. Deberás enfrentarte a tu destino, salvar Oyrun y ser una guerrera como nadie ha sido.
No lo entiendo –miré hacia los lados buscando a mis padres –. Ángel, ¿sabes dónde están mis padres?
Pude ver la pena en sus ojos.
Les cuidaremos y serán felices donde se encuentran ahora –volvió a avanzar hacia mí, con los brazos extendidos para que retrocediera aún más y noté que el suelo se acababa. Me volví levemente resistiéndome a continuar; un barranco negro, un agujero, era todo lo que quedaba a mi espalda.
Pero... –me balanceé intentando no caer, pero ella puso dos dedos en mi frente y con un mínimo esfuerzo me echó al vacío y todo se desvaneció...


Abrí los ojos.
El cuerpo me dolía como si me hubiese pisoteado un elefante. Voces y ruido a mi alrededor hicieron que me espabilase levemente. Un ruido metálico, como de una sierra, zumbaba en mis oídos.
El varón ha muerto en el acto –escuché que decía alguien.
Una luz iba y venía.
Pequeña, ¿cómo te llamas? –Me preguntó otra voz que quiso sonar amable.
Ay... Ayla –le respondí.
¿Cuántos años tienes?
Diez –gemí de dolor al notar como se liberaba mi pierna del amasijo de hierros; quise moverme, pero entonces me percaté que tenía el cuello inmovilizado.
Oscuridad.
El sonido de una ambulancia hizo que abriera los ojos otra vez.
¿Mamá? –La llamé –, ¿mamá?
No respondió.

Oscuridad.



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¡Saludos!