miércoles, 24 de febrero de 2016

Prólogo: La profecía del mundo Oyrun (Sacrificios)

¡Hola a todos!
En esta entrada del mes de febrero os voy a dejar el prólogo de La profecía del mundo Oyrun (Sacrificios), que es la tercera parte de Saga Oyrun. Saldrá a la venta en el mes de marzo y espero que os guste tanto como las dos anteriores novelas. Pero antes de nada, ¿qué podéis esperar de Sacrificios? 
Algunos creeréis que quizá el libro esté encarado a los sacrificios que hacen los magos oscuros para obtener más poder matando personas, pues no, en este caso el subtítulo viene a referirse a los sacrificios que deberán hacer los protagonistas para alcanzar un objetivo, ya sea la libertad, el amor o… llevar a cabo una venganza.
¿Qué creéis que estarán dispuestos a sacrificar los protagonistas de Oyrun para sobrevivir y permanecer juntos? ¿Qué estaríais dispuestos vosotros a hacer? 
Si queréis averiguarlo estad atentos al grupo de Facebook de Saga Oyrun donde anunciaré el día que esté a la venta la tan esperada continuación de La profecía del mundo Oyrun.
Aquí tenéis el prólogo, pero aviso, aquellos que aún no hayan leído el segundo libro quizá anden perdidos o vean algún Spoiler que no les guste conocer antes de terminar El colgante de los cuatro elementos. ¡Estáis avisados! ;)


PRÓLOGO


Dormía profundamente cuando alguien empezó a darme palmaditas en la cara de forma suave pero insistente. Gruñí al ser molestada, y quise taparme la cabeza con la sábana para que la persona en cuestión me dejara dormir un poco más.
–Julia, vamos, –la voz de mi hermano sonó insistente y empezó a zarandearme por los hombros. Fue entonces cuando recordé los últimos sucesos en la Tierra, el caos que reinaba desde que Ayla regresó a Oyrun dejándonos con unos monstruos que asesinaban a todo aquel que encontraran por delante.
Abrí los ojos, sobresaltada.
–¿Orcos? –Pregunté, asustada.
–Sí, rápido –me sacó de la cama y empezó a ponerme unas zapatillas –. Hay que encontrar un refugio antes que lleguen aquí.
Escuché golpes en la escalera del edificio, seguidos de las órdenes de los soldados que ordenaban salir a la gente de sus casas. El ejército fue levantado semanas atrás por orden del rey para proteger a la gente.
Mi madre apareció en la habitación con una mochila cargada a los hombros; todos teníamos una donde llevábamos los enseres básicos por si debíamos abandonar nuestros hogares de forma precipitada.
–Daos prisa –pidió con una nota de angustia.
–Ya estamos –le contestó David cogiéndome de la mano; se echó mi mochila y la suya a la espalda. Mi hermano era mayor que yo, contaba con veintiún años y metro ochenta de altura –. ¿Papa ya está?
–Sí.
–¡Espera! –Solté la mano de mi hermano al recordar el puñal que tenía guardado en el cajón de mi escritorio. Lo cogí colocándomelo a la espalda, con él me sentía más segura, fue el regalo que me dio Raiben, un elfo de Oyrun, justo antes de marcharse.
Mi hermano me miró con ojos de desaprobación, pues tan solo tenía doce años recién cumplidos como para llevar un arma como aquella, no obstante, no objetó nada.
Le volví a coger de la mano y salimos del piso.
Encontramos a los soldados que apremiaban a la gente a salir de sus casas en las escaleras. <<Vamos, vamos>> insistían, <<Cojan solo la ropa de abrigo>>, <<dense prisa>>.
Al salir a la calle noté el frío de la noche, estábamos a apenas seis grados y el abrigo que llevaba encima del pijama no era suficiente. Maldije no haber cogido también la bufanda.
Una explosión se escuchó muy próxima a nosotros cuando bajábamos la calle Independencia para llegar a la calle Valencia, siguiendo las indicaciones de los soldados.
Nos cubrimos la cabeza instintivamente.
–¡Se han vuelto locos! –Exclamó mi padre protegiendo a mi madre con su cuerpo, y mi hermano a mí –. ¡¿Acaso quieren destruir Barcelona?! Solo son monstruos armados con espadas y hachas, no hace falta disparar proyectiles.
–Cálmate papá –intentó tranquilizarle mi hermano.
–¿Dónde nos llevan? –Pregunté al llegar a la calle Valencia.
Las luces de la ciudad se apagaron para sorpresa de todos y Barcelona se sumió en la oscuridad. Exclamaciones de pánico se escucharon a nuestro alrededor y rápidamente mi hermano me pasó un brazo por los hombros por miedo a que con el gentío nos separáramos.
Solo la luz de la luna y las estrellas permitían ver nuestros rostros a duras penas, el cielo nunca se pudo ver tan claro como aquella noche y me pregunté si toda Barcelona estaba sin luz o solo era nuestro distrito.
–¡Orcos! –Empezó a gritar alguien –. ¡Orcos! ¡Ya vienen!
Acto seguido la gente empezó a correr en desbandada presa del pánico, fuimos arrastrados por la corriente de personas entre empujones y quejas, había quien no le importaba pisar a aquellos que caían al suelo. Nuestros padres corrían a nuestro lado, pero poco a poco la marea de gente los apartó de nosotros pese a que intenté agarrar a mi madre con todas mis fuerzas para continuar juntos. La llamé, asustada, grité con todas mis fuerzas para que volviera a mi lado pero su visión, protegida en brazos de mi padre, se perdió entre todo aquel tumulto de gente. Al final, viendo los empujones y pisadas, David nos metió en una portería y dejó que toda la gente corriera en masa, me abrazó con más fuerza; su respiración era acelerada y pude ver el miedo en sus ojos.
–Esperaremos aquí –dijo, no muy convencido.
Otro proyectil hizo retumbar las paredes del edificio donde esperábamos y acto seguido los sonidos de disparos se escucharon como petardos en un día de San Juan. Luego un rugido ensordecedor hizo que los cristales de los comercios y ventanas de los pisos más próximos temblaran avisando de la llegada de una bestia mucho más grande que un orco.
Mi hermano y yo, ambos abrazados, muertos de miedo y temblando, nos asomamos levemente. Solo fue un segundo, pero bastó para ver como un dragón, de la medida de un autobús, era alcanzado en pleno vuelo por un proyectil del ejército. Cayó justo en medio de la calle Valencia, mientras los cazas que le dispararon pasaron rozando los edificios en busca de más dragones.
El animal, monstruo o como quisieras llamarle, fue herido de forma mortal amputándole una pierna trasera y abriéndole un boquete en el estómago. Pero en un último aliento de vida se resistía a abandonar el mundo de los vivos, gimiendo y arrastrándose por el asfalto. Dejando un reguero de sangre a su paso.
El dragón nos vio y emitió un potente rugido empezando a reptar en nuestra dirección.
–David –llamé a mi hermano que parecía haberse quedado paralizado –. ¡David!
Reaccionó ante mi grito histérico y salimos corriendo del portal donde nos habíamos refugiado para alcanzar a aquellos que ya habían huido.
Miré atrás una vez, al igual que mi hermano, y ambos abrimos mucho los ojos cuando comprobamos que la enorme criatura abría sus terribles fauces y de lo más profundo de su garganta una llama salía al exterior como un río de fuego.
David me echó al suelo en el acto, me cubrió con su cuerpo y la llamarada pasó rozándonos. Fue, segundos después, cuando un grupo de quince soldados nos alcanzó en busca de rezagados. Formaron dispuestos para el combate y vaciaron sus municiones sobre el cuerpo del dragón.
La enorme criatura cayó al fin y suspiré aliviada. Por un momento creí que la muerte nos iba a alcanzar en manos de aquella horrible bestia.
–¿Estás bien? –Me preguntó David –. ¿Estás herida?
–Estoy bien, tranquilo –respondí aún tendida en el suelo.
Mi hermano me abrazó, dando gracias.
–Vaya regalito nos ha dejado Ayla –susurró.





Hasta aquí la entrada del mes de febrero.
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